Los padres Antonio y Juan estaban tan ilusionados por empezar el proyecto que les presentó la Santa, que aceptaron el lugar. Ella les aseguró que sería algo temporal, mientras encontraban mejor acomodo. Durante dos meses, con la ayuda de su madre, su hermano y su cuñada, fray Juan adaptó la alquería para convento. Cuando los trabajos estuvieron terminados se le unieron el P. Antonio y otros dos compañeros. El nuevo convento se inauguró el 28 de noviembre de 1568, primer domingo de Adviento, con una ceremonia presidida por el provincial de Castilla, en cuyas manos profesaron los religiosos su deseo de vivir «según la Regla primitiva». Juan de san Matías cambió su nombre por el de Juan de la Cruz.
En Duruelo comienza una nueva familia religiosa, aunque brota del tronco del Carmelo, del que conserva sus valores esenciales, enriquecidos por la experiencia y las intuiciones de santa Teresa y de los primeros que se unieron a su proyecto. Conscientes de ello, a la Regla preexistente unieron unas Constituciones (que los padres Antonio de Jesús y Juan de la Cruz adaptan de las que Teresa de Jesús había escrito para sus monjas).
Esta nueva realidad que surge en la Iglesia tiene unos valores específicos e incluso una estética propia. No se trata de la arquitectura solemne de la cartuja, a la que fray Juan quería marchar, sino algo muy parecido a la casa de Fontiveros, donde creció. Como había sucedido cuando santa Teresa fundó el monasterio de san José de Ávila, se trataba de un edificio preexistente, transformado en convento. En un lugar de pocos vecinos, pero en medio de las casas donde ellos vivían. De hecho, santa Teresa fundó todos sus monasterios en centros urbanos, con el deseo de que fueran puntos de referencia para la población local, que había de encontrar cercanas a sus monjas. Y lo mismo quería para sus frailes, aunque aceptaba empezar en un lugar tan apartado, con la idea de trasladarse a la ciudad en cuanto fuera posible.
Los edificios carmelitanos debían estar construidos con materiales pobres, sin grandes pretensiones arquitectónicas y sin que consumieran demasiadas energías en su mantenimiento. No hacía falta que desafiaran el tiempo con el uso del mármol, de la piedra y del bronce. «Que hagan poco ruido cuando se caigan», escribió la Santa. Muros encalados, espacios bien iluminados, pequeños claustrillos, en torno a los cuales se desarrollase la vida conventual, iglesias sencillas y acogedoras (lugares de oración antes que museos), y –eso sí que nunca debía faltar– huerta y jardín con algunas ermitillas para descanso y desahogo. El tipo de arquitectura influye más de lo que creemos en la vida de sus moradores. La de Duruelo invitaba a una vida sencilla, no alejada de la gente ordinaria, centrada en lo esencial. Año y medio después, en 1570, la fundación se trasladó a Mancera, un pueblo algo más grande y con mejores posibilidades. Algunos años más tarde se establecieron en Ávila.